El gusto de asustarnos. Toma II

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En el principio era el príncipe (y el castillo, el candelabro y el órgano disonante). En esta segunda entrega de "El gusto de asustarnos" Pablo Martínez Burkett nos lleva de la mano a descubrir los inicios del género de terror.

Si vamos a hablar del gusto de asustarnos en la literatura tenemos que empezar por el principio y en el principio está la novela gótica. Y se estará en presencia de una novela gótica siempre que en la trama aparezcan príncipes malignos con acento extranjero, fantasmas inesperados, deslizar de cadenas, órganos desafinados, monstruos y espectros autónomos o provocados por la ciencia, antiguas profecías que se actualizan en algún heredero maldito, pobres damitas hostigadas por el monstruo de turno y toda la lista de tópicos que usted está enumerando ahora mismo. Sí, claro, y todo sucede en castillos, catacumbas, criptas y cementerios que resuman pestilencia, humedad y dosis industriales de telas de araña, y por supuesto, condimentado con unas tormentas fenomenales con rayos, truenos y centellas. Usted sabe de novela gótica tanto como yo. Y no podía ser de otro modo: crecimos con esas historias. Acompáñeme a repasar los autores clásicos del género.

En el artículo que da inicio a esta serie les proponía revisar el gusto de asustarnos (pueden leer la nota acá) mientras repasábamos algunos de los autores clásicos del género. Allí postulamos que el terror es uno de los pocos géneros que se define por la emoción que causa: una obra de terror es aquella que intenta provocarnos miedo. Así de simple: decimos que un libro, una película, una serie es “una de miedo” porque justamente, ponemos el énfasis en la emoción que engendra. Y en este sentido, recordemos que el miedo es la emoción más antigua y más intensa de la humanidad. No es raro entonces que hayamos intentado conjurar ese miedo convirtiéndolo en una historia para contar. Lo venimos haciendo desde la época de las cavernas para acá.

Pero una cosa es la historia que se contaba masticando un delicioso pernil de mamut “a la llama” y otra muy distinta es el terror como género. Y ahí, sea en la nota más playita o en el más sesudo libro de historia de la literatura, todos van a coincidir en que el género empieza en la segunda mitad del siglo XVIII con la novela gótica.

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Horace Walpole

Pero, aunque no recuerde mucho de sus lecciones de historia, usted sabe que gótico viene de godos, que los godos, más precisamente los visigodos y los ostrogodos, eran una tribu germánica que, entre otras cosas, fastidiaron y fastidiaron hasta que provocaron la caída del Imperio Romano y que después fueron colonizando las diversas comarcas romanas, donde construyeron fabulosos castillos… góticos. Pero eso sucedió bastante antes de 1800. Entonces ¿qué clase de anomalía temporal encierra este enigma? Ninguna. Resulta que en 1764, el escritor inglés Horace Walpole publica El Castillo de Otranto y le agrega como subtítulo “Una historia gótica”. Toda la obra era una ficción, pero con esa bajada el autor jugó con la imaginación del lector para hacerle creer que era una historia verídica que sucedió en tiempo de godos y en un castillo. Como veremos, el castillo gótico es una de las notas distintivas del género, que se apropió del gentilicio y lo convirtió en nombre propio.

Ahora bien, más allá de este verdadero hecho fortuito, cabe preguntarse por qué el género se originó en la segunda mitad del siglo XVIII. Y quizás la respuesta empiece a formarse si pensamos que por esos días estaba en pleno auge la llamada Ilustración, el Racionalismo. La ciencia se despojaba de todos sus atavismos mágicos y empezaba a poder explicar casi todo. Estábamos en la Edad de la Razón. La Razón se apropia de todos los fenómenos, los reduce, los formaliza y los etiqueta. Y pone en ridículo y combate a sus enemigos, sobre todo a la religión que, con el acento en la fe, resultaba contraria al análisis científico. Lo sobrenatural era una inadmisible negación de la Naturaleza, que ya ni siquiera era la Naturaleza panteísta de Spinoza sino un mundo regido por el rigor mecanicista de Newton. Todo podía ser explicado por la Razón y su brazo armado: la ciencia. Y Voltaire, en su Diccionario Filosófico o La Razón por el alfabeto anotaba que “lo que hoy (1764) llamamos azar no es sino el efecto conocido de una causa desconocida”. Esa afirmación cobijaba la jactancia de un “por ahora y hasta que la ciencia la haga conocida”. Por eso los estudiosos del tema coinciden en postular que la novela de terror surge como una rebelión contra los dogmas sofocantes de la Ilustración. El prolijo mundo de la razón y la ciencia tiene una imprevista válvula de escape en la novela gótica, llena de estremecimientos y emociones.

Sentado ello, cabe preguntarse cuáles son las notas tipificantes de la novela gótica. Seguro que usted los puede enumerar mejor que yo y ya está contando con los dedos: castillos, cementerio, misterio, presagios y maldiciones, fantasmas, monstruos y vampiros. Va muy rumbeado. Vamos a tratar de ser más específicos.

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Ann Radclife

Lo primero que se nos viene a la cabeza es el misterio, el misterio que engendra suspenso y el suspenso que deriva en miedo. Porque justamente y por lo que decíamos un par de párrafos arriba, todo lo que está más allá del análisis científico es el reino del misterio sobrenatural. Al sueño del racionalismo corresponde la monstruosa pesadilla de la novela gótica, con sus construcciones ruinosas, sus entierros, sus candelabros, cortinados y espejos y un desfile de fenómenos que erizan la piel. Una de las primeras obras en reflejar este panorama es la novela de Ann Radcliffe de Los misterios de Udolfo (1794), donde una huerfanita es encarcelada en castillos donde la someten a toda clase de tortura.

Y mencionar al castillo obligatorio nos da pie para referirnos a la ambientación y la atmósfera. En la novela gótica estas características típicas casi que son un personaje más, orientado a transmitir miedo e inquietud. Y entonces la mayoría de las tramas suceden en castillos antiguos, páramos, acantilados, bosques retorcidos o montañas tortuosas. Y por supuesto, tormentas que son un carnaval luminoso. Piensen en una de las novelas emblemáticas del gótico, el Frankenstein (1818) de Mary Shelley que es una sucesión de ambientes y atmósferas ominosas que dan marco al más famoso de los monstruos, traído a la vida por la furia de una tormenta eléctrica.

A veces, la búsqueda de un ambiente favorable al miedo llevaba la acción a reinos de Medio Oriente jugando con la fascinación y temor por lo exóticamente extranjero como es el caso de la novela Vathek (1786) de William Beckford, donde un califa árabe hace de las suyas.

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Mary Shelley

Unos párrafos arriba situábamos la novela gótica como una respuesta a la Ilustración, lo sobrenatural abriéndose paso por entre las grietas del racionalismo. Y este gusto por lo sobrenatural o aún lo paranormal es quizás una de las principales características de este período. Y si nos referimos a eventos inexplicables como, por ejemplo, seres inanimados que retornan a la vida, fantasmas y vampiros, nos referimos a la criatura más eminente, a mi amado conde transilvano, el Drácula (1897) de Bram Stoker. En la famosa noche de la Villa Diodati, además de Frankenstein, nació la primera novela de vampiros como los conocemos hoy y que justamente se llama El vampiro (1819) del Dr. John Polidori. Y ya que estamos con el rubro hematófagos, no podemos dejar de nombrar una novela del gótico tardío: Carmille (1872) de Sheridan Le Fanu.

Estos ejemplos nos permiten señalar otra de las características de la novela gótica en cuanto a que los villanos son ruines sin doblez ni vacilación alguna. Por lo general, son personajes masculinos, bastante personajes, que hacen de la manipulación emocional su baluarte y que no tienen el más mínimo escrúpulo para la consecución de sus fines, aunque para eso tenga que hacer un pacto con el demonio como en Melmoth, el Errabundo (1820) de Charles Maturin. Y a este catálogo de villanos, al ya citado Conde Drácula le podemos adicionar el Mr. Hyde de El extraño caso del Doctor Jekyll y Mr. Hyde (1886) de Robert Louis Stevenson. En otros casos, el personaje principal masculino si no es noble es miembro de las familias más patricias del lugar, y se encuentra prisionero de un dolor, la tristeza o una tragedia familiar. Y siempre los mueve el fuego de una pasión interior, que no siempre es del todo sana. Recordemos al pérfido Heathcliff de la novela Cumbres borrascosas (1847) de Emily Brontë o el infausto Dorian Gray de El retrato de Dorian Gray (1890) de Oscar Wilde.

Y por lo general, al villano se le contrapone un antagonista, la más de las veces un perdedor que, sin embargo, logra sobreponerse a las circunstancias y combatir al monstruo, como es el caso de Jonathan Harker en la ya citada novela de Stoker. Y si hablamos de villano y de anti-héroe, tenemos que nombrar al segmento femenino de las novelas góticas, generalmente una damita en apuros sometida a la manipulación emocional, los caprichos, y aún la sed de sangre del villano de turno. No es infrecuente que las mantengan encerradas y aún esclavizadas en los castillos. Bástenos citar a Wilhelmina “Mina” Murray, Mina Harker de casada, la heroína de Drácula o las castas y no tan castas mujeres de El monje (1796) de Matthew Lewis. Y estando el gótico tan relacionado con la literatura del romanticismo, vamos a asistir a romances tremendos, llenos de pasión pero también dolor, tragedia y angustia emocional. Y en el gótico tardío, en plena Era Victoriana, será una forma sublimada de insinuar la sexualidad, como se ve en el poema Annabel Lee (1849) de Edgar Allan Poe.

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Bram Stoker

Y este poema de Eddie me permite nombrar a otra de las características del gótico, cual es la de los presagios y maldiciones que trasunta un destino ominoso a veces bajo la forma de profecía familiar cuya inevitable intensidad desencadena una tragedia detrás de la otra. Sea, por ejemplo, La caída de la Casa Usher (1839) o El gato negro (1843), ambos cuentos famosos de Poe. En igual rango, se presentan las pesadillas que suelen asolar a los protagonistas, como otro elemento disonante de angustia y anticipación siniestra de los hechos por venir.

Podría seguir y seguir enumerando novelas donde se manifiestan estas características esenciales que, si me gusta el terror tanto más la novela gótica, marcan el origen de todo el género. Pero las pautas a las que debo ajustar este texto y la paciencia del lector me aconsejan dejar acá. Creo que, con todo, he logrado presentar de forma bastante pormenorizada el movimiento y sus más preclaros exponentes. No hace falta decir que su temática y forma de resolver los conflictos nos llegan hasta hoy día. Basta fijarse la cartelera de los cines o las ofertas en Netflix. Justamente, uno de los más grandes éxitos de esta temporada ha sido La maldición de Hill House, una adaptación de una novela moderna pero que claramente observa todos los requisitos del género.

Por eso, antes de despedirme hasta la próxima entrega, déjenme cerrar con una frase del ganador del Oscar, el director Guillermo del Toro que tomé de su prólogo a una edición aniversario del libro La maldición de Hill House(1959) de la grandiosa escritora de terror Shirley Jackson: “Aprender sobre lo que nos asusta es saber quiénes somos. El horror define nuestros límites e ilumina nuestras almas”.



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Pablo Martínez Burkett.Pablo Martínez Burkett (Santa Fe, Argentina, 1965) Escritor por vocación y abogado de profesión. Desde 1990 vive en Buenos Aires. Profesor de posgrado enseña Derecho en universidades locales y de Hispanoamérica. Cultiva el fantástico rioplatense con predominio del terror y la ciencia ficción oscura. Tiene más de una docena de premios en concursos. Ha sido publicados en las principales revistas que cultivan el género a ambas márgenes del Atlántico. Escribió para programas de radio, ha participado en numerosas antologías y ha sido traducido al inglés, francés, italiano, portugués y rumano. Ofició de jurado en unos cuantos concursos. Le apasiona traducir y lo hizo con regularidad para Axxón. Sus libros de relatos son: Forjador de penumbras, que mereció el 1er. Premio Mundos en Tinieblas (Galmort, 2011 y Eriginal Books, 2014), Los ojos de la divinidad, que mereció el Fondo Metropolitano de la Cultura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (Muerde Muertos, 2013) y Mondo Cane (Muerde Muertos, 2016). Está terminando de escribir un folletín por entregas, una novela y un par de libros de cuentos. Notas de Pablo