Chimamanda Ngozi Adichie y la resistencia frente a la amenaza de mirar la historia desde una sola narrativa

Chimamanda Ngozi Adichie

Una de las grandes batallas lingüísticas es la que dan dan los escritores postcoloniales, quienes se apropian del lenguaje que les ha sido impuesto y lo reversionan, imprimiendo en la lengua del opresor su propia identidad disidente



Hay gente arrepentida. Hay gente sorprendida. ¿Cómo se logra borrar de un plumazo la historia reciente y confundir a la gente? ¿Cómo se ponen en marcha los engranajes de una operación? Transformando gradualmente programas dedicados al espectáculo en talk shows de política es un mecanismo, gradual, porque todo lleva su tiempo, no se hace de un día para el otro. Primero, se crea el estado de situación –bajo los mismos parámetros que enmarcan a la reality media– estructurado en la polémica, la exageración y la defensa de un supuesto interés popular que funciona como manto para esconder la verdadera línea editorial. En realidad, no existe la verdad, existe la línea editorial, y la pregnancia de la metáfora conceptual en el lenguaje. ¿Qué se hace con esa metáfora, con esa información en la que uno se inscribe? ¿Se la reproduce, se la cuestiona, se la transforma? Los terremotos de la historia inevitablemente logran que las narrativas no permanezcan inalterables. Los grandes confusionismos se dan a través de la lengua; las grandes batallas también.

Entre estas últimas se encuentran las que dan los escritores postcoloniales, quienes se apropian del lenguaje que les ha sido impuesto y lo reversionan, imprimiendo –también gradualmente– en la lengua del opresor su propia identidad disidente. Llevan la experiencia de la periferia al centro, desterritorializando la lengua en el proceso. Invaden el status quo del modo de concebir la realidad. Saussure dice que la lengua es arbitraria, Voloshinov que el signo es la arena de la lucha ideológica, y Peirce que los signos producen prácticas y hábitos. Los escritores postcoloniales luchan en el espacio de la mirada simbólica del mundo para generar nuevas prácticas y hábitos, nuevas formas de mirarse y, a su vez, de mirarnos, fundamentalmente, reconocernos en el Otro, vernos colectivos en nuestro propio proceso de descolonización. La literatura postcolonial es esencialmente política e interdiscursiva y, sobre todo, rupturista en términos de género. Está atravesada por diarios íntimos, pasajes de noticias, publicidades, poemas. Imágenes potentes. Un conglomerado de voces subalternas que emergen haciendo el ruido de lo incómodo, la historia por discutir, y sus modos. El Otro. En el centro, todo el tiempo, la visión del compañero por sobre la competencia, de lo colectivo por sobre lo individual.

Chimamanda Ngozi Adichie es una novelista nigeriana contemporánea, perteneciente a este colectivo. Estudió comunicación y ciencia política. Publicó novelas, ensayos y ganó varios premios, entre ellos, el Commonwealth Writers’ Prize (2003) y el PEN Pinter Prize (2018), el cual le será entregado el próximo 9 de octubre en la Biblioteca Británica. Pasó su infancia en la ciudad de Nsukka, en una casa en la que había vivido Chinua Achebe, uno de los escritores más reconocidos de la literatura africana.

Quizás una de sus obras recientes, We should all be feminists (Todos deberíamos ser feministas) por Random House, sea una de las más populares. Sin embargo, es el ensayo poético The danger of a single story (El peligro de mirar la historia desde una sola narrativa) el que de alguna manera da origen a esta última obra, a este desplazamiento del “single” (único) al “we” (nosotrxs). Adichie arranca suave, con una pluma pseudo-naive. Comenta su primer acercamiento a la literatura canónica británica y norteamericana, aproximadamente a los cinco años, e inmediatamente pone de relieve el problema de la representación: la disonancia entre lo que leía y lo que veía a su alrededor. La tensión que en definitiva genera la construcción de una identidad posible y la búsqueda de dignidad frente a representaciones que contradicen la realidad pero que de igual manera, pensando a Foucault, se encuentran inscriptas en el “sistema de creencias”. De muy chica Adichie se dio cuenta de que su realidad se encontraba fuera de ese “sistema de creencias”, y que para representarla necesitaría desmantelar el texto que lo media y legitima como hegemonía. Destruir la verdad a través de la lengua para escribir una versión propia. Una que impresione tanto y ponga a su lector en situación de vulnerabilidad tal como se sintió ella la primera vez que leyó a John Locke, quien en 1561 definió a los africanos como bestias sin cabeza, con la boca y los ojos en los pechos, como monstruos, en las primeras construcciones de metáforas conceptuales de las narrativas africanas.

Se pone intensa, y retoma la dulzura, el humor, fundamental para la literatura política. Conoce a su audiencia. Tiene en claro dónde quiere plantar cierta tensión intelectual. Podría arremeter con mayor violencia, pero no. Va de la intensidad al guiño, de la reflexión a lo anecdótico. Es sagaz y sutil. Y entre medio inserta un poema:

show a people
as one thing
as only one thing
over and over again
and that is what they become
mostrá a un pueblo
como una cosa
una sola cosa
una y otra vez
y en eso se convertirá

Adichie habla de poder, o el principio de nkali, una palabra del Igbo. El poder determina la cantidad de narrativas que circulan sobre un pueblo, sujeto o modelo. Algunas los empoderan, otras los despojan de su patria. El poder configura un marco normalizador que siempre nos pone frente a la opción de la asimilación o la resistencia. Sin dudas, Adichie se para en la segunda. Desnaturaliza la asimilación y escribe resistiendo por la igualdad, la equidad y la justicia. Por un equilibrio de narrativas.

Lo que proponen sus textos más que una nueva forma escribir, es una nueva forma de leer. De preguntar quién y por qué cada vez que consumimos una historia, de desaferrarse de la metáfora de la verdad y entrenarse en leer los intereses. Saberse parte de una identidad colectiva que debe ser buscada mirando al de al lado, al Otro, como igual.

Otro escritor postcolonial, J.M Coetzee –sudafricano, ganador del premio Nobel de Literatura–, un poco menos desacralizador que Adichie escribe en Esperando a los bárbaros, “El dolor es la verdad, todo lo demás está sujeto a duda”. Y creo que es en este punto de partida en el que se paran los lectores y escritores postcoloniales, en el terreno del dolor, de la muerte y la opresión, mirándole la cara a la historia. Desde ahí inicia el trayecto de su deconstrucción en la disputa por el poder, y la lucha por el sentido común.



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Gonzalo Zuloaga. Gonzalo Zuloaga nació en La Plata el 18 de octubre. En 2016 fue ganador de Mención Especial por unanimidad en el Primer Certamen Nacional de Literatura en la categoría poemario por su obra “Resucitando Edipos”, publicada en la colección Voces del Cono Sur. Algunos de sus relatos urbanos fueron seleccionados para su publicación en la revista Monolito (Méjico) y la antología Palabras en Flor (España). Actualmente se encuentra promocionando su poemario “Predicciones del Año Kitsch”, editado por Peces de Ciudad en abril de 2017, y participando de ciclos de lectura de poesía y narración oral. A su vez, escribe para el colectivo Extrañas Noches Literatura Visceral y comparte poemas en su Facebook y su blog personal: www.ciudadkitsch.tumblr.com “Predicciones del Año Kitsch” puede adquirirse a través de la página web de la editorial, www.pecesdeciudad.com.ar, y en Malisia Distribuidora y Estantería de Libros y Revistas, La Plata. Notas de Gonzalo