Se sube al tren: Marcelo Guerrieri

Marcelo Guerrieri

Se sube al tren el escritor, docente y antropólogo Marcelo Guerrieri y nos presenta un fragmento de su novela "Farmacia".

- ¿Cuándo y por qué comenzaste a escribir?

- En la secundaria, cuando estaba por terminar. Había algo ahí relacionado con la etapa que se estaba cerrando, algo que era demasiado grande para elaborarlo sin ayuda de una forma de expresión que liberara emociones. Empecé a escribir para hacer catarsis. Después fue mutando, empecé a incorporar herramientas, fui al taller de Laiseca y ahí empecé a escribir de manera más consciente, a desarrollar mi escritura en tanto oficio.

- ¿De qué se nutre tu escritura?

-De todo lo que hay a mano. Me gusta pensar en la escritura como una usina de reciclaje de material que uno ni sabe que tiene guardado. Como en los galpones de las casas de antes. En la casa de mi abuelo había un galponcito donde se guardaba de todo, con herramientas, una mesa de trabajo, una morsa, pedazos de madera, sillas rotas, de todo... Me encantaba explorar ahí. Algo así pasa con el proceso creativo en mi escritura. Con lo que hay a mano, recuerdos, experiencias, una peli, un libro, una charla, lecturas de antropología, investigaciones… avanzo en la escritura, esos elementos que estaban ahí, un poco oscurecidos en ese galponcito del fondo, de pronto cobran presencia y los traigo, los recorto, los pongo a jugar en la ficción. La experiencia, la manera en que la experiencia impacta en mi sensibilidad, de esos fragmentos que están guardados en algún lado se nutre mi escritura. Hay un consejo de Jim Jarmusch sobre el proceso creativo que me gusta y viene a cuento de esto: “Nada es original. Robá de cualquier lugar que haga resonar tu inspiración o que alimente tu imaginación. Devorá películas viejas o nuevas, música, libros, pinturas, fotografías, poemas, sueños, conversaciones al azar, obras de arquitectura, puentes, señales callejeras, árboles, nubes, cuerpos de agua, luz y sombras. […] En todo caso, recordá siempre lo que dijo Jean-Luc Godard: 'No importa de dónde tomás las cosas; se trata de a dónde las llevás'".

- ¿Tenés rituales a la hora de ponerte escribir?

- No. Más que ritual, la actitud interna de atornillarme a la silla y no levantarme. Funciono mejor cuando tengo constancia, escritura diaria, algo así como el entrenamiento físico. Mejor si es todos los días un poco.

- ¿Hay algún tema que aún no te animaste a enfrentar con tu escritura?

- Los temas que abordo van surgiendo sin un plan. A veces es la historia la que impone un tema, a veces es al revés. No tengo temas que me hayan convocado a los que no me les haya animado, tampoco me fuerzo a escribir sobre temas que no me convocan.

- Te doy una bola de cristal para ver el futuro, ¿cómo te ves?

- Contento.

- Hoy ¿por qué escribís?

- Hay algo relacionado con una elección de vida, con una actitud ante la vida desde la que me paro y miro el mundo. Esa mirada está atravesada por la antropología y la literatura y por mi lugar en tanto parte de la clase trabajadora y de sus luchas por justicia social y emancipación. Voy con eso encima a todos lados. Supongo que escribo porque es la manera que elegí para pararme ante el mundo y ser parte del colectivo social en el que vivo. Hay algo de sensación de pertenencia, como la idea de patria en el sentido profundo del término, no en el sentido nacionalista. Ser parte de una cultura compartida, con una historia, con pares con los que te pensás en el hoy, dialogando con los que estuvieron antes, desde un punto de vista en tensión con otros, en la lucha social cotidiana, con los hermanos que vas eligiendo en la vida.


"Farmacia" (Fragmento) (*)

En la punta más alejada del mostrador, Miguel "El Pirata" Williams saludaba a Roberto, cabeceando, el ataché apoyado sobre la panza, la gran sonrisa festiva:

—¡Estimadísimo! —le dijo mientras se le acercaba—. A sus órdenes, a sus pies, un servidor. —Y se inclinó con una reverencia, sosteniendo la corbata sobre la camisa de seda blanca.

—Licenciado —respondió Roberto, siguiéndole el juego, en tono reverencial—. Un gusto tenerlo por acá. —Y le abrió la puerta al costado del mostrador.

El Señor Williams pasó del otro lado y se quedó plantado frente a Roberto; luego le extendió el brazo y se dieron un apretón de manos, mirándose a los ojos:

—Un honor —agregó el recién llegado y se limpió el sudor de la frente con un pañuelo rojo que tomó del bolsillo de su saco—. ¿Y el Señor Osvaldo?

—Le pide mil disculpas. Lo esperaba más temprano.

—Usted sabe... —explicó el Señor Williams, haciendo una pausa teatral—, soy una criatura de la noche —y agregó con gesto recio—: el tigre en su cubil felino. —Luego empezó a bambolearse al andar, delante de Roberto, en dirección al pasillo.

Se frenó de golpe en la esquina del mostrador:

—Estimadísima, Amalia, nombre de reina —la aduló besándole el revés de la mano—. Quién pudiera coronarla —agregó, inclinando la cabeza.

El saludo la tomó por sorpresa, concentrada como estaba en consultar el vademécum.

—Usted siempre de fiesta.

—Me debo a mi público —replicó y dobló por el pasillo. Iba cantando: Bien, tu amor me hace bieeen...

En la puerta de la cocina se cruzó con Darío Alberto que iba hacia la recepción:

—Estimadísimo —lo saludó e intentó un apretón de manos que quedó trunco ya que el otro llevaba un bollo de papel de diarios que envolvía los vidrios rotos de la jarra—. Dos potencias se saludan —sentenció entonces, al tiempo que lo abrazaba.

—Una desgracia, hoy todo se revienta: la jarra, el vidrio de la calle…

—Señales —vaticinó el Señor Williams—. Hay que estar atentos al mensaje.

Despachó a Darío Alberto con una palmada en el hombro y le hizo una seña a Roberto. Entraron a la cocina. Roberto le ofreció la silla de la cabecera:

—Faltaba más —respondió el Señor Williams—. Usted, usted —y le indicó que se sentara. Después tomó una silla y se sentó al costado:

—No traigo malas noticias, pero tampoco son buenas —anunció, al tiempo que metía una mano dentro del ataché negro—. Mire —completó, soltando sobre la mesa una docena de recetas de medicamentos con descuento por obra social.

Roberto tomó la primera y la estudió en detalle. El Señor Williams se dio envión como para levantarse de la silla; pero en lugar de alzar el cuerpo, se arqueó hacia atrás, sacudiendo la cabeza:

—Estimadísimo, se me está poniendo viejo. —Y en un movimiento que sorprendió a Roberto, ensalivó una receta y se la pegó a la frente—. ¿Qué remedio es este? —le preguntó, estirado hacia adelante, señalando la boleta pegada sobre sus ojos.

—Uno muy caro...

—Bien. ¿Y para qué sirve?

—Para la próstata.

—Bien. Y ahora, por favor, léame el nombre del beneficiario de la obra social.

—Perales, Adela —respondió Roberto y no hizo falta la aclaración del Señor Williams, que igualmente lanzó con tono burlón:

—Muy bien. Ahora dígame. ¿Usted la conoce a la buena de doña Adela?... Salvo que sea la abuelita travesti, difícil que sufra de la próstata. —Se quitó la boleta de la frente y pegó allí la siguiente—. Esta es más difícil, le juego un asado. —Estiró el brazo ofreciéndole la mano.

Pero Roberto no respondió al gesto, concentrado como estaba en leer los datos.

—Vamos —insistió el Señor Williams—, le juego un asadito: achuras, vino tinto... Después nos vamos para el sauna —agregó, sacudiendo las cejas, lo que hacía que la boleta subiera y bajara pegada a su frente—. ¡Ah! Perdone… —se disculpó con tono irónico—, cierto que usted es un hombre doblemente comprometido. —Y largó una risotada—. ¿Cómo lo trata la doctora?... Bueno, campeón, no me esquive el bulto: ¿qué dice acá?

—El Señor Fantino. Un cliente de toda la vida.

—Bien. ¿Hace mucho que no lo ve?

—Falleció.

—Una desgracia, a todos nos llegará la hora. Pero bueno, como decía mi abuelo: para morirse solo hace falta estar vivo. El tema es que don Fantino se nos fue hace un año y tres días.

Aníbal comprendió. Hacía tres días que se acababa de vencer el plazo del que disponían para adosarle medicamentos a los afiliados muertos.

—Menos mal que tengo a mi gente controlando las boletas, porque si no, entre la abuelita travesti y el fiambrín vencido... —El Señor Williams hizo un esfuerzo apoyando las palmas en las pantorrillas y se levantó. Caminó hacia la ventana:

—¿Qué pasa? ¿Están de velorio?

Alzó las persianas. La cocina se inundó de luz. El Señor Williams se quedó mirando hacia el jardín a través de la ventana:

—¿Vos sabés la guita que entra por estas recetas? ¿Vos tenés idea? —La pregunta no había sido formulada para ser respondida y así lo entendió Roberto, que en lugar de contestar, se disculpó:

—No va a volver a pasar...

—No va a volver a pasar —repitió el Señor Williams.



(*) "Farmacia" (Factotum, 2016)



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