Se sube al tren: Karina Rodríguez

Karina Rodríguez

Hoy se sube a nuestro tren la poeta, narradora, farmaceútica y profesora de música Karina Rodríguez, y nos presenta algunos de sus poemas.

- ¿Cuando y por qué comenzaste escribir?

- Empecé (oficialmente) hará unos cuatro años; eso fue en El Rojas, con Laiseca. Antes de eso hubo mucho, pero privado, no he mostrado nada, me lo guardaba para mí. El por qué, no tengo idea. Creo que, más que una convicción, al principio fue el estímulo constante de un amigo muy querido. Como escritor, creyó ver algo en mí que en ese momento no sería más que su propio reflejo. De suerte no se equivocó. Para nada, tuvo razón. Yo le consentí el delirio y cada vez que nos vemos se lo hago notar. Acá estoy.

- ¿De que se nutre tu escritura?

- Siempre fui buena lectora, desde chica. Buena en el sentido de cantidad, porque a leer también se aprende y yo tuve que aprender mucho. Mi escritura se nutre de mis influencias. Somos continuadores, sin dudas. El otro día leí en Eterna cadencia que si Shakespeare, Yeats o Wilde hubieran sido inmortales, nadie más hubiese sido poeta. Ellos estarían contratados por las editoriales hasta el final de los tiempos. No habría lugar para los mediocres. Menos mal que están muertos.

- ¿Tenés rituales a la hora de ponerte escribir?

- En general busco el silencio, aunque no siempre se puede. Cuando se trata de poesía el verso viene; aunque estés en un boliche, a las tres de la mañana y con la música a pura violencia, viene. Y hay que dejarlo venir, si lo perseguís se te escapa. Cuando lo digo parece que hablara de algo que cae del cielo, en realidad viene de adentro; como una luz. Surge. Pero la verdad es que para corregir prefiero el silencio. Podés estar una semana con una palabra, o dos días, o dos horas, nunca se sabe. Es cuestión de sintonizar la antena. Eso sí es una búsqueda.

- ¿Hay algún tema que aún no te animaste a enfrentar con tu escritura?

- No lo tengo pensado. Los temas salen, que se yo. Escribir también es verse. Las cosas vienen de todas partes: de muy adentro, del entorno, de una emoción, del paisaje de la infancia, de un sueño o del martillazo que te pegaste en el dedo. No me censuro. Ni censuro nada. Se puede sacar poesía del ronroneo del motor de un auto, ensayar sobre una gota de agua, parafraseando a Casas.

- Te doy una bola de cristal para ver el futuro, ¿cómo te ves?

- Escribiendo, más que en cualquier otra actividad.

- Hoy ¿por qué escribís?

- Para agarrar eso que considero inasible: el lenguaje, la palabra, son vehículos para descubrir algo, la belleza, un secreto, una verdad, alguna cosa que condena o que salva. Algo que está ahí, al acecho. Escribís y no solo descubrís que eso no puede ni podrá ser atrapado jamás sino que, además, al leerte, a veces te das miedo. Si sos auténtico, claro. Si lo pensás así, la escritura es deseo puro.


"Perros de Chernobyl"

Quiero un agua clara
para lavar el horror de las cosas.
Una medalla brillosa para taparle el culo al gato.
Abandonarme
a las costumbres simples de los perros,
que hacen la revolución sin pensar en el futuro.
Vivir de la caridad,
de la caricia frágil
sentida para el naufragio.
O como los pájaros,
que callan el significado de su canto.
Mendigar una vez el hueso de la felicidad
sin pagar ningún precio.
Un agua así que se lo lleve todo.
sabiéndolas llenas de intereses, de desencuentros.

"Pequeños fantasmas"

El día sale y se escapa a la vez,
muerde con dientes de utilería. Después se calma
y resuelve quedarse.
La casa crece. Empuja lo que viene,
pero no me decide a entrar
así lloviera a baldes.
Pegada a la pared una idea se arrastra como un gato
por debajo de una red de nailon:
La gota que se desvanece y deja su fantasma
avisa en los cristales que se va.
Hace callar el repiqueteo del techo
en una muerte lenta.
Nada más deja esta lluvia,
cuando se aleja marcándonos distancia.
Se va y no sabe
que es un mensaje de Dios que no pudimos entender.