Se sube al tren: Giselle Aronson

Giselle Aronson

Hoy se sube a nuestro tren la escritora y fonoaudióloga Giselle Aronson, y nos presenta su cuento "Escenas veraniegas de la vida familiar".

- ¿Cuando y por qué comenzaste escribir?

- A los cuatro años ya escribía; mis hermanos me perseguían para enseñarme y yo me dejaba alcanzar. Y aprendí. Después, de adolescente, escribía canciones espantosas. En el año 2006 empecé el taller literario de la Biblioteca de Morón, coordinado por Alberto Ramponelli. Allí está el germen de la escritura como trabajo, como camino a conciencia, como elección.

- ¿De que se nutre tu escritura?

- De todo lo que percibo, de búsquedas e interrogantes y de lectura constante.

- ¿Tenés rituales a la hora de ponerte escribir?

- He aprendido a escribir en ocasiones y contextos de lo más disímiles. El ambiente puede ser silente o bochinchero, sola o en compañía, en un escenario relajado o en medio de un caos. Pero, si puedo elegir, que sea en mi cocina, en la mesa alta, sentada en una banqueta específica, con mate. Y la condición indispensable y excluyente, en cualquier ocasión es que debo estar vestida y calzada. No puedo escribir en pijama o con pantuflas, siquiera.

- ¿Hay algún tema que aún no te animaste a enfrentar con tu escritura?

- Durante algún tiempo no podía escribir sobre la discapacidad. Desde hace muchos años trabajo con niños con discapacidad y he escuchado muchas historias. Escribir sobre eso, por más ficcionalizado que estuviera, me parecía una especie de traición a mi profesión. Lo que pasó fue que el tiempo fue integrando todas esas historias a tal punto que un día escribí un cuento que era otra historia diferente, que contenía dentro de sí todos aquellos relatos que fui escuchando en mi vida laboral. Entonces, ya no hubo obstáculo. Lo que no significa que algún día me tope con algún tema que vuelva a generarme resistencia. Veré, en tal caso, cómo lo sorteo.

- Te doy una bola de cristal para ver el futuro, ¿cómo te ves?

- Me veo a mí misma, mirando por otra bola, intentando verme en un futuro, más allá.

- Hoy ¿por qué escribís?

- Porque es la manera en que me expreso, porque escribir me permite ser de la forma en que más me gusta ser. Hoy escribo para ser libre.


"Escenas veraniegas de la vida familiar"

El sr. Xy llega, apoya la heladerita en la arena, clava la sombrilla y se va en dirección al mar. Se moja los pies, junta coraje y venciendo la temperatura fría del agua, va enfrentando una a una las olas hasta zambullirse por completo.

Ahora decide salir y emprende el camino de regreso, ejerciendo una leve resistencia a la presión del mar al replegarse.

Bajo la sombrilla ya está instalada su esposa, la sra. Xx, terminando de poner el protector a cada zona de piel vulnerable al sol de cada uno de sus tres hijos. Cuando termina esta tarea y los chicos se disponen a jugar, ella se dedica a armar la mesa plegable, sacar de la heladerita los menesteres y preparar los sándwiches que conformarán el almuerzo programado para ese mediodía playero. Extrae del paquete la calculada cantidad de veintiséis rodajas de pan lactal, en función de la suma de lo que cada miembro familiar acostumbra a comer. Las unta con mayonesa e intercepta, entre cada par de rodajas, fetas de jamón y queso, proporcionándolas según las preferencias de los comensales. Luego dispone en la mesa los vasos, las servilletas y las bebidas.

Mientras todo esto ocurre, a escaso metro y medio de la sombrilla, el sr. Xy sentado en la reposera, lee el diario bajo el sol. Solo interrumpe su lectura cuando la sra. Xx le avisa que está listo el almuerzo.

Todos comen en armonía. Luego de los sándwiches, la sra. Xx les reparte una fruta a cada uno y comienza a retirar las cosas de la mesita. El sr. Xy engulle un durazno y juega con el carozo dentro de la boca.

Dos hombres de una sombrilla vecina invitan al sr. Xy a un partido de tejo

– Me voy a jugar con los vecinos, estoy allá, fijate – le avisa a la sra. Xx quien continúa acomodando el desorden del almuerzo.

Veinte minutos después, la sra. se sienta en su reposera, mirando atenta las corridas de sus hijos, vigilando sus entradas al mar, calculando riesgos de profundidades y olas peligrosas.

El sr. Xy llega dos horas más tarde y, tras comentar su cansancio, despliega una lona bajo la sombrilla. Instantáneamente, se duerme durante una hora. Al despertar, pregunta solícito:

– ¿Hacés mate?

La sra. Xx busca la canasta y prepara lo necesario, sin dejar de vigilar a los chicos que van y vienen del agua a la sombrilla y viceversa.

No hay mucha más variante en los quince días que la familia ha tomado de vacaciones. Las jornadas se suceden en estos términos.

Los chicos son quienes más disfrutan, hacen lo que quieren, cuando quieren y como quieren, piden y se les da.

El sr. Xy mira culos en la playa, lee el diario, juega al tejo con los vecinos, toma mate, come churros. De vez en cuando se acuerda de alguna mujer que alguna vez le alborotó la respiración, pero rápidamente abandona ese pensamiento que obstaculiza toda la filosofía de superación y felicidad momentánea con la que se autoconvenció hace ya muchos años.

La sra. Xx arma y desarma almuerzos y cenas, barre la arena que se desparrama en el dúplex de alquiler, tiende las camas, lava los platos y toma sol de rebote mientras relojea a los chicos. No se acuerda de nadie en especial porque se autoconvenció hace ya muchos años que el sr. Xy fue el único que en una época le alborotó la respiración.

Cada uno cumple, más o menos, el rol que le fue asignado, tanto en la salud como en la enfermedad, en la urbanidad como en la ruralidad, en la riqueza como en la pobreza, en el mar como en la montaña.

Ya no hasta que la muerte los separe, sino hasta que tanta unión termine por matarlos.




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