Se sube al tren: Néstor Darío Figueiras

Néstor Darío Figueiras

Se sube al tren el músico y escritor Néstor Darío Figueiras y nos presenta su cuento "Reeducación".

- ¿Cuándo y por qué comenzaste a escribir?

- La primera parte de la pregunta es fácil: empecé a escribir con dedicación, “en serio” digamos, en el año 2005. En ese momento, para mí fue crucial tipear “ciencia ficción en castellano” en Google, porque de esa forma encontré el sitio web de Axxón. Axxón es la primera revista virtual del mundo. Fue creada por Eduardo Carletti y está dedicada a la ciencia ficción: sacó 281 números en 28 años de trayectoria. Y es argentina. A partir de ese descubrimiento conocí el fandom nacional de la CF, que se había nucleado en torno de Axxón y se había aggiornado al nuevo siglo adoptando las listas de correo como canal de comunicación y difusión de las obras y los eventos (las redes sociales, luego, potenciaron aún más al fandom). Alentado por esta puerta enorme que se abría ante mí, un ávido lector de CF desde la infancia, hice un taller presencial, llamado “Construcción de universos”, dictado por el mismo Carletti y el escritor Alejandro Javier Alonso, una experiencia que me brindó muchas herramientas. (El genial Hernán Domínguez Nimo tallereó conmigo en esa oportunidad, lo que fue el inicio de nuestra amistad). Pero más de diez años antes de esto, durante mi adolescencia, había escrito algunos cuentitos. Cuando cursaba quinto año (1991), alentado por mi profesora de Lengua y Literatura (Ana Pérez del Cerro, quien presentó la segunda edición de mi libro “Capricho #43”), participé del Premio Más Allá, organizado por el CACyF (Círculo de Ciencia Ficción y Fantasía), en la categoría de Cuentos de Alumnos de Escuela Secundaria, y gané una mención por mi relato “Organicasa”. Pero me enteré después de que pasó la ceremonia porque estaba convencido de que no iba a quedar seleccionado y no fui. Me perdí que Adolfo Bioy Casares —presidente del jurado— me diera un apretón de manos. Ya me recuperé de eso. Queda la segunda parte: por qué comencé a escribir. No sé muy bien por qué. Supongo que porque leí cosas —especialmente durante la infancia y la adolescencia— que me asombraron, que me dejaron una sensación de maravilla cuya inercia me sigue impulsando. Y supongo que quería decir algo sobre el mundo. Era (es) una necesidad, que tenía que ver más con las ganas de drenar de mí las impresiones producidas por la realidad que percibía, que con el deseo de que otros las conocieran. Una especie de desahogo. Pienso que por eso también sentí afinidad por la CF desde el comienzo, porque me permitía experimentar. Escribir CF es hacer simulacros para ver qué pasaría si el mundo que vemos fuera levemente distinto. Y una clave está en la palabra “levemente”: a veces basta una mínima torsión de la realidad para construir una buena historia de CF.

- ¿De qué se nutre tu escritura?

- De todo lo que viví y de lo que recuerdo haber vivido (la memoria siempre es ficción). De lo que me pasa a diario y las personas que me rodean. De lo que leo. De la música que escucho. Podemos resumir lo dicho hasta ahora en que mi escritura se alimenta del pasado y presente. Pero también de la imaginación (el futuro), que según Einstein, es más importante que el conocimiento. El tema es estimularla. Para tener un buen fuego, antes hay que juntar leña.

- ¿Tenés rituales a la hora de ponerte escribir?

- Casi siempre escribo con música de fondo, y si puedo prescindir de los auriculares, mejor, pero para eso tengo que estar solo en el depto. La música es muy importante para mí. Hablando de esto en una tertulia de CF, la escritora y gran amiga Claudia Cortalezzi me dijo que mi recurrencia a la música como fuente de inspiración surge de la manera en que me vinculo con ella (soy músico y productor musical), y que esa apreciación es distinta a la que tienen los que no son músicos. Es posible que sea así. La cuestión es que la mayoría de las cosas que escribo tienen que ver, de una forma u otra, con la música, aunque la relación no sea explícita en el texto resultante. Otro “ritual” son las caminatas. Caminar por ciertos lugares de Buenos Aires (también con música en los oídos) es una forma de generar ideas, o de ampliarlas. Pero antes de eso, es también una forma de evocar una atmósfera, que nace de la música mientras camino y puede vincularse con un recuerdo o alguna imagen de la infancia —siempre visual, a veces completada con sensaciones olfativas—. Una vez conjurada, el desafío es mantener esa atmósfera hasta plasmarla en el texto que en el que estoy trabajando. Una vez que lo consigo, la cosa se desenvuelve con facilidad.

- ¿Hay algún tema que aún no te animaste a enfrentar con tu escritura?

- Qué buena pregunta. Si bien el sexo está presente en algunas de mis historias —a veces en la periferia y a veces como eje—, aún no incursioné en el erotismo propiamente dicho. No tuve mucho problema en jugar a la herejía, sin importar mi condición de pastor del área de música de una iglesia bautista, o en hablar de cómo cierta parte de la iglesia desconoció las atrocidades cometidas por el terrorismo de estado durante la última dictadura, casi una aprobación silenciosa. La CF también me permitió elucubrar adicciones que podrían esclavizarnos en el futuro y hacer denuncias desde una posición más o menos tecnofóbica (¡viva la distopía!). Desde luego, es casi imposible no escribir sobre la muerte, el amor y el desamor, los temas universales. Pero tendría que probarme con temas como la soledad y el aislamiento (que no son la misma cosa), la tortura (tanto física como emocional) y la locura. Y alguna vez quisiera escribir una buena ucronía, si me da el cuero.

- Te doy una bola de cristal para ver el futuro, ¿cómo te ves?

- Me veo creando: escribiendo, componiendo música, ideando. Me veo exitoso por esto, pero sobre todo por estar rodeado de gente muy querida que me apoya de una y mil formas. Pero también me veo luchando contra el cinismo, contra la pérdida de la capacidad de asombro, que son los peores signos del envejecimiento. Porque viejo no te volvés por las arrugas.

- Hoy ¿por qué escribís?

- Otra excelente pregunta. Tendríamos que hacernos este planteo más seguido, ¿no? Por qué hacemos lo que hacemos. Mirá, creo que continúo escribiendo porque quiero hacerlo mejor. Y también porque deseo que mis historias despierten en alguien las mismas inquietudes que provocaron en mí los libros que leí. Producir esa sensación de maravilla que me llenó al leerlos. Esos libros me acompañarán toda la vida, porque los llevo adentro. Habré alcanzado el éxito más grande cuando algún lector diga algo así respecto de un texto mío. Y esto no es afectación: lo digo en serio.


"Reeducación"

Empezó cuando salieron a la venta los nanites para músicos. Los primeros fueron para los guitarristas. No hubo que practicar más la digitación hasta la tendinitis. Te inyectabas una ampolla de esos microbichitos y ya tocabas mejor que Vai, Gilbert, Morse y Satriani juntos. Así surgieron los Post-músicos. Y luego, cuando la magia microscópica de los nanos se popularizó, los artistas se transformaron en Post-artistas. Hubo Arte y Post-arte. Decían que el Arte se revalorizaría. Pero no fue así. El Post-arte se hizo cada vez más difícil de apreciar, debido a la increíble velocidad de los músicos —volvió la garrapatea, la figura que vale la mitad de una semifusa—; a los prodigiosos saltos de los bailarines, de decenas de metros de altura; al complicado humor metafísico de los comediantes; al hiperrealismo de las pinturas —que al principio no se distinguían de la fotografías, y luego se confundían con la misma realidad, al punto de que muchos procuraban internarse en habitaciones hechas al óleo y abrir puertas rasgando lienzos electrónicos—. Entonces fue necesaria la inoculación de nanites para los espectadores. Los conciertos, el teatro, las muestras de pintura, se convirtieron en sesiones espectrales donde las mentes, abducidas por las fantásticas maquinitas sumergidas en el torrente sanguíneo, deliraban a puro vértigo. De tan veloces, Post-artistas y Post-público permanecían extáticos en cada performance, presos de manipulaciones sinápticas, una respuesta programada por los algoritmos inscritos en los minúsculos insectos que bullían en las células de todos. La expresión y la impresión se maquinizaron. Fueron visibles las resoluciones más altas; se hicieron audibles las frecuencias que antes nunca habían hecho vibrar los tímpanos; pudieron contemplarse estéticas ridículamente perfectas, hasta el paroxismo. Se forzó la percepción más allá de los límites de la cordura.
Esto duró un tiempo, y luego los sistemas nerviosos se llenaron de geles extraños. La gente se vació. El Post-arte había cumplido su ciclo. Y frente a esa consumación, las personas no quisieron buscar más. Todo se había dicho, todo se había hecho. No había más fronteras que cruzar. Hombres y mujeres se encerraron en sí mismos, en un empotramiento infinito, amplificado por los nanos y sus nuevas rutinas autoprogramadas. El mundo se silenció.
Ahora todos duermen, casi inmortales, navegando dentro de sus propios cuerpos.
Y aquí, en las Malvinas, estamos nosotros, los Insomnes, algunas centenas de inadaptados que nos hicimos extraer los nanos a tiempo. Nuestros niños —nacidos puros— nos lideran y nos enseñan.
Hoy tenemos clase de Dibujo. Hace dos semanas que logré hacer unos palotes aceptables. Desde ayer intento dibujar una casa junto a un árbol, y el sol sobre ellos. Al observar mi trabajo, el maestro se saca un moco de la nariz, lo mira con curiosidad y sonríe. Luego me corrige:
Hoy tenemos clase de Dibujo. Hace dos semanas que logré hacer unos palotes aceptables. Desde ayer intento dibujar una casa junto a un árbol, y el sol sobre ellos. Al observar mi trabajo, el maestro se saca un moco de la nariz, lo mira con curiosidad y sonríe. Luego me corrige:
—Al sol le faltan los ojitos y la boca —y agarra mi lápiz—. Así, ¿ves? —dice mientras hace unos trazos incomparables sobre el papel arrugado.



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