Se sube al tren: Constanza Anabalón Tohá

Constanza Anabalón Tohá

Se sube al tren la escritora y socióloga chilena Constanza Anabalón Tohá y nos presenta su cuento "Trip".

- ¿Cuándo y por qué comenzaste a escribir?

Ciclo Entrevero / Lluvia

- Recuerdo perfectamente la primera vez que quise aprender a escribir. Tendría unos cuatro años. Subí a la pieza de mi hermano, de ocho, y estaba haciendo las tareas del colegio. Al ver cómo llenaba esa hoja de garabatos, quise hacer lo mismo. Porque «hacer las tareas» era una actividad que te ubicaba como alguien mayor, más importante. Recuerdo que la primera letra que me llamó la atención fue la E manuscrita. Traté de imitarla, sin mucho éxito. Llegué con la «imitación» de E a mostrarle a mi abuela, y le dije, emocionada: «¡Mira! ¡Ya sé escribir!». Sólo enfocó la mirada y me preguntó: «¿qué es eso?». En ese minuto entendí que esto no sería tan sencillo.

Fuera de la anécdota, supongo que el misterio que estaba detrás de ese acto fue lo primero que me llamó la atención. Ese acto que, en lo evidente, sólo te implica a ti mismo (a). También creo que existen distintos inicios. De la escritura y su sentido. Al recordarla en el contexto escolar, pienso la escritura como cargada de obligaciones y deberes seres. En cambio, aquella que me movilizó fue la escritura por puro placer. Esa escritura sin receptor aparente, como podría ser un diario de vida. También me gustaba mucho escribir cartas, allá por el paleolítico.

- ¿De qué se nutre tu escritura?

-Creo que de varias fuentes. De otras lecturas, de distintos géneros (poesía, dramaturgia, cuentos, novelas, híbridos), del cine, de la música, de las amigas, de las plazas, de caminar sin tiempo, de Youtube, de correr, de escuchar una canción una y otra vez hasta llegar a un seudo trance, de esas palabras que te encuentras de sorpresa por la calle y con las que literalmente te tropiezas.

- ¿Tenés rituales a la hora de ponerte escribir?

- Depende del período escritural en el que me encuentre. Si estoy muy embalada en un proyecto, en la fase «Escritura TOC», me pongo horarios, mesa dispuesta, la taza de café a un lado, los apuntes al otro. Los lápices BIC ordenados a un costado de la corchetera. En cambio, en período «No TOC» escribo donde sea, sin ritual, donde mi pille la idea. Trato de andar siempre con una libreta, pero en caso de no tenerla he ido aprendiendo a dejar notas en el celular. Así me siento un poco menos «señora siglo XX».

- ¿Hay algún tema que aún no te animaste a enfrentar con tu escritura?

- Hay varios temas y formatos que me gustaría probar. Por ejemplo, escribir novela negra.

- Te doy una bola de cristal para ver el futuro, ¿cómo te ves?

- Encontrando el vellocino de oro de la escritura. .

- Hoy ¿por qué escribís?

- Citando a Víctor Jara, porque tiene sentido y razón. Creo que un día sin leer o sin escribir es un día perdido.


"Trip"

Ella se sentó en el piano, como antes. Él la observaba, aferrado a la pared, apenas sostenido en sus breves y delgados bordes. Ella trató de enhebrar las notas con las que él creció, en esa otra casa, en esa otra vida donde sólo les volaba la cabeza la música y el ciruelo ubicado al fondo del patio. Ella se esforzaba por mantenerse en el pisito, por tocar uno o dos arpegios, pero sólo lograba balbucear unas notas crípticas y desafinadas, mientras él se revolcaba en el suelo. Ella no captaba si él reía o gritaba, y él no captaba si ella tocaba el piano o el clavicordio. Ella lo invitó a levantarse con las piernas temblorosas, él corrió su mano, dejando estirada la de ella, para al fin poder refugiarse en el sillón. Él se sacó la camisa y se dedicó a serpentear entre los cojines, sintiendo cada fibra azul verdosa anquilosada de ruedos naranjas, tratando de no enredarse en los hilos de las marionetas que los unían. Ella, en cambio, decidió esconderse bajo la mesa del comedor, protegiéndose de los estruendos del techo y las botas que circulaban por toda la casa, en esa sordina incólume, de esas noches enfrascadas en la memoria, del sabor a polvo que trataba de olvidar escupiendo alrededor de la mesa. De un momento a otro él se animaliza y en cuatro patas corre hasta el fondo del patio. Ella lo sigue, arrastrando una inmensidad de formas aupéricas y dicóticas que se estrafalan entre los tobillos hinchados, haciendo tan pesado el camino de unos cuantos metros que le grita a él, le grita a él que se devuelva ya mismo. Llega de vuelta con la boca llena de tierra y los ojos inyectados. Ella decide vectorizarse y camina de una esquina a otra de la habitación llamando a su hijo muerto. Él se tira al medio del living a hacer angelitos de nada, y dice en breve voz que es él, o algo de él. Pero qué parte exactamente, le pregunta ella, al borde del llanto, pero sin dejar de vectorizar su existencia inmediata. Lo estrambótico no tiene cabida en este cúmulo de exigencias distróficas y anacrónicas, le responde. La verdad no llega a una nota musical. Menos al silencio hexagonal. Ella camina en letanía hasta el piano y cierra la tapa.



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