Se sube al tren: Cecilia Szperling

Cecilia Szperling

Se sube al tren la escritora, periodista, performer y creadora de ciclos literarios Cecilia Szperling, y nos presenta un fragmento de su novela "La máquina de proyectar sueños"

- ¿Cuándo y por qué comenzaste a escribir?

- Empecé a escribir sin darme cuenta. Me gustan tus poesías, me dijo una vez un novio de mi hermana. ¿Que poesías?, pregunté. Resulta que dejaba papelitos y cuadernos y anotadores, con escritos que para mí eran como dejar un dibujo mientras uno hace otra cosa. En la previa, a los 10 hice un libro "Para chicos porteños aburridos" y en la post a mis 20 escribí un Diario de sensaciones cuando estudiaba en Harvard extenssion School, envié un texto a Rodrigo Fresán, "Waiting for Bob" y salió publicado en Página/30. Luego nunca dejé.

- ¿De qué se nutre tu escritura?

- De la oralidad. De voces escuchadas. Es increíble lo que llevo en mis oídos (como diría Evita) Las lecturas son un segundo y civilizado arte de la forma escrita para esa música.

- ¿Tenés rituales a la hora de ponerte escribir?

- Son múltiples. Y esa diversidad le hace perder su carácter de ritual, que tiene que ver con la repetición.

- ¿Hay algún tema que aún no te animaste a enfrentar con tu escritura?

- Ahora, en mi nueva novela, estoy enfrentando unos temas bastante bravos, que me quitan el sueño.

Cecilia Szperling

- Te doy una bola de cristal para ver el futuro, ¿cómo te ves?

- El futuro ya llegó. Me veo leyendo con una banda y con imágenes y con canciones compuestas por letras de la novela. Eso ya sucedió en FIBA (Festival Internacional de Teatro 2017) en un show privado para programadores extranjeros. (**)

- Hoy ¿por qué escribís?

- Es una bola de fuego de deseo.


"Las noches" (*)

Noche 1

Tengo siete años. Todavía conservo los miedos, las fantasías y las pesadillas de una niña de cuatro o cinco. Deambulo sola por la casa en la noche. Todos duermen. Y yo quedo ahí, con este camisón rosa un poco quemado por un experimento fallido con mi juego de química. Culpa de Victoria que me encargó la confección urgente de un veneno, para una amiga que la traicionó y decepcionó como nunca lo hubiera imaginado. Traté de lograr mi mejor mezcla esta vez. La lava alquímica color verdeturqueza tornasolado combustionó y saltó una llama que tomó el borde de la manga de mi camisón. Padre rápidamente la apagó. ¿Qué hizo Padre con ese fuego? ¿Se lo comió como un lanzallamas? Tan veloz fue su maniobra que si no fuera por el pequeño rastro negro en el puño rosa, una pequeña marca en mi camisón preferido, hubiera pensado que aluciné. Que mis ojos y oídos cansados de tantas noches en vela, arrebatados, inventaron esa ráfaga eléctrica de fuego quemante y enceguecedor. Padre y yo nos miramos con ojos aturdidos -aún encandilados por el estallido de luz repentina- y la mirada reluciente, con ese brillo especial que deja una descarga súbita de adrenalina.

Sin acomodar el azufre turquesa, ni esos polvitos transparentes que forman pequeños cristales, sin guardar los tubos de ensayo y las pipetas de vidrio de formas alucinadas que Madre me regaló y que eran reliquias de su laboratorio. Padre me levantó, me subió por las escaleras en sus brazos dejando todos mis tesoros a la intemperie. Me acostó en mi cama junto a las de mis hermanas. En ese cuarto que era el que nos correspondía de acuerdo a nuestra edad. Las tres juntas en la habitación lindera a la de ellos.

Nuestros sueños podrían juntarse a la noche, me gustaba pensar.


Noche 2

—Hay tres ventanas en nuestra habitación, una para cada una. Tres rectángulos que terminan en arcos. Nos gusta subirnos a la mesada en la base de las tres ventanas que, como son casi de nuestro tamaño, parecen nuestro marco, nuestro contorno, como esas naves donde se exhiben los santos en las iglesias. ¿Nos verán desde la calle? ¿Alguien mirará hacia arriba en el primer piso de esa casa de frente de piedra a tres niñas tras los vidrios?

Desde mi ventana veo una calle desierta, oscura, muy poco iluminada.

Inés y Victoria duermen. Vuelvo a mi cama. No logro dormirme. ¿Qué hago? ¿A dónde ir? Me levanto. Camino unos pasos y sin pensarlo, bajo las escaleras corriendo con miedo pero con decisión.

¿Cómo será nuestro jardín salvaje de noche? La oscuridad le sienta bien. Arboles y plantas en sombra ya no se ven verdes, lucen distintos tipos de negros. Tienen otra luz, parecen otros, me digo, pero son los mismos.

Sin linterna, mis ojos se adecuan a la oscuridad y cada vez veo más. Las orejas de elefante brillan en la negrura sobre la tierra de un pasto raquítico al que no dejan crecer porque le tapan el sol. Las hortensias despiden una fluorescencia blanquecina. Son cinco arbustos iguales en altura y en copos de flores que alcanzo a divisar recortados por la luz que llega de una casa vecina. Dicen que en las casas con hortensias las niñas no se casan. Nadie le da importancia a ese comentario.

En mi jardín nada se cuida ni se corta, árboles, enredaderas, flores y frutos, crecen a su antojo. La magnolia fucsia, la reina del jardín, ocupa todo lo que puede de forma desprolija. Estira su cuerpo hacia los costados y hacia arriba hasta deformarse. Para dominar la escena, hincha a sus flores rosadas hasta lograr que las ramitas flacas ya no puedan sostenerlas y caigan desplomadas contra el césped. Muchas quedan ahí rígidas, enteritas y, como sus pétalos son blancos por dentro, parecen bebés pingüinos rosas. A otras el viento las desarma y forman esta alfombra de pétalos suaves sobre la que camino. Resbalo. Se rompe el encantamiento. Caigo al suelo culpa de la baba resbalosa de un caqui derretido abajo. Me duele un poco pero no siento nada y me levanto rapidísimo. Y corro. Me clavo un níspero seco, duro, como una pequeña roca, en el pie. Ay! Hojas secas, frutos podridos, babosas y caracoles se las arreglan para habitar sin ayuda humana. Nadie cuida nuestro jardín. Los caquis aquí y allí, caen en cualquier lugar y se dejan, porque a nadie le interesa comerlos o levantarlos. Misma suerte corren los nísperos amargos. Me da un poco de vergüenza cuando alguien viene a visitarnos: caquis y nísperos son raros… ¡Nadie conoce los frutos de nuestro jardín!


Noche 3

Las noches empiezan siempre bien. Nos bañamos las tres juntas. Las tres, muy despiertas y animadas corremos por el baño desnudas con rastros de espuma. Y cuando se acaban los juegos permanecemos en el agua en silencio largo rato…

El asunto es después del baño, cuando ya sumergidas en nuestros camisones y dentro de las sábanas, me invade la desazón y la tristeza de lo que ya sé que va a seguir y que quisiera evitar con todas mis fuerzas y nunca puedo. Recién metiditas, percibo cómo les va entrando el sueño y practico Scherezade. Practico cada noche depositarles un enigma, una intriga que sea como el veneno de la curiosidad que las hipnotice y las domine…

Hablo y hablo y hablo, para que no se duerman. La mamá de Juana la vino a buscar al colegio con una peluca rubia de rulos. No soy la mamá de Juana, soy la hermana de la mamá de Juana. Mis hermanas se ríen. Sigo. Nikita sabe como se besa de verdad. No es como las chicas creen. Inclino la cabeza de Inés y luego la mía hacia el lado opuesto y le digo que debería abrir la boca y que juntemos las lenguas. Victoria, ignorándome, gira su cuerpo porque va a dormirse. Refuerzo mi blablablá, inventando, exagerando y mintiendo mucho. Echo mano a todos mis recursos. Cualquier cosa con tal de retenerlas. A veces consigo mucho, gano mucho terreno al mar… pero igual… ¡la noche es tan larga!

Tienen sueño. Inés ya se fue. Respira suave, elevando y bajando apenas su pecho. Los ojos muy cerrados, ya no puede verme.

No sienten mi presencia ni mi calor corporal. Mis dos hermanas duermen exageradamente, como si estuvieran en las profundidades de un océano, rodeadas de peces, barcos oxidados, muy abajo, muy lejos de la superficie. Mis hermanas duermen como muertas. Inaccesibles, lejanas, en otro mundo. Bellas Durmientes.

Anhelo llegar con ellas hasta la madrugada despiertas, atravesando juntas lo oscuro de la noche de la mano, para no perdernos, como si estuviéramos en un bosque cerrado y frondoso con enormes árboles y ruidos de animales nocturnos. Pero nunca llegamos hasta ahí, quiero decir despiertas las tres, hasta la salida del sol.

En mi cama sueño que somos siete hermanas en vez de tres. Cada una tiene una especie de doble de sí y hay una completamente distinta que también es hermana. Dormimos las siete juntas en una cama grande. La hermana desconocida se levanta. Dice que está incómoda y que quiere dormir ahí. Señala un caramelo tirado en el piso. Es un caramelo de miel, duro y cristalino. Como si fuera la tapa de una cabina o más bien el sarcófago de Blanca nieves, levanta la mitad superior del caramelo. La veo esforzarse por entrar allí a dormir. Me despierto preguntándome si lo habrá logrado o habrá vuelto a la cama con sus hermanas. ¿Con qué sueñan las niñas que quieren entrar en un caramelo?

(*) Este fragmento pertenece al libro "La máquina de proyectar sueños" (Interzona / 2016)


(**)


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