Julieta y Julieta - David Muchnik - ADELANTO

Presentamos un adelanto de la novela "Julieta y Julieta" del escritor David Muchnik, publicada por LiberoAmérica, muy pronto en las librerías de todo el país
Julieta y Julieta - David Muchnik - novela - LíberoAmérica - literatura argentina - adelanto de libros - autores argentinos - narrativa

Barro

El gris de las nubes fue el primer color que conocí y el frío de las gotas sobre mi cabeza la primera sensación que tuve. Me miré, tenía un vestido blanco y largo. Lo toqué y estaba empapado. Después, me agarré de la piel dura de un árbol, me paré y di mis primeros pasos. El barro metiéndose entre los dedos de mis pies, junto con el pasto y las flores mojadas, es el recuerdo más vivo que tengo de aquella noche. El segundo es el ruido de los temblores en el cielo.

Caminé hasta una casa que tenía las luces encendidas. Me acerqué a la ventana y vi a una familia sentada a la mesa. En ese entonces no sabía quiénes eran. A través del vidrio vi al hombre de panza grande tomar de un vaso y reírse moviendo el brazo en alto. En ese mismo instante, la mujer sentada a su lado se levantó, hizo una pila de platos y se los llevó. El hombre la siguió con el vaso vacío en la mano. El cielo volvió a temblar. Yo golpeé la ventana, pero ninguno de ellos se dio vuelta. El cielo retumbó una vez más. Yo golpeé con más fuerza y una cabeza salió de abajo de la mesa. Me miró y se quedó quieta un rato hasta que se acercó. Era Julieta, mi imaginadora, que apenas me vio supo quién era.


Luz

Es recreo. Todas salieron menos nosotras que nos quedamos dentro del aula. Por la pequeña cerradura entra la única luz. Ilumina las sillas, los pupitres y el pizarrón borroneado. La luz parpadea, se apaga y no vuelve. El ojo gigante de una guachita nos espía. Se mueve de lado a lado. El ojo cazador. Nos busca en la noche de la sala. ¿Nosotras? Quietas, duras, somos de silla, somos de pupitre, somos la pared. Esperamos que nos confunda con la oscuridad y el silencio.

Las guachitas se ríen. Sus voces infantiles se empujan por ver. Vuelve la luz del cerrojo, parpadea engañosa y se va con la llegada del ojo de otra guachita.

Hasta que golpean la puerta. Retumba un eco pesado. El eco de la madera vieja.

La palidez de Julieta fosforece de miedo. Irradia frío. Es una Julieta de hielo. Sus ojos brillan. Es el cristal de las lágrimas que aún no se rompen. Sus pupilas diminutas están reunidas en el fondo de su pecera color miel. Muy adentro suyo, donde solo ella puede mirar.

Vuelven a golpear la puerta.

Vopoy apa sapa-lirpi, dice Julieta.

Julieta habla en jeringoso cuando me quiere decir algo importante. Me mira con las pupilas llenas, los cristales rotos en las mejillas. Se hace una colita en el pelo. Abre la puerta de un relámpago, entra toda la luz y es como si Julieta estuviera entrando al cielo.

Sale corriendo y las guachitas gritan. Van tras ella.

Julieta es rápida. Sale corriendo por la puerta principal de la escuela y desaparece en la esquina. Es increíble ver el polvo de tierra que levantan sus piernas. Cinco guachitas la persiguen a los gritos como una tribu caníbal. Julieta es mucho más rápida que ellas, es mucho mejor que ellas, es inalcanzable en todo, esquiva a un viejo en bicicleta, a una señora baldeando, a un auto, dobla en la esquina, deja una nube de polvo y despierta una ola de ladridos, son los perros de los vecinos que anuncian por donde va. Julieta sigue corriendo, no se cansa. Yo corro a su lado. Es lo que hace una amiga de verdad. Hasta que, dos cuadras más tarde, se rinde. Se deja alcanzar. Se da cuenta que huir de las guachitas es estúpido. Las guachitas recuperan la respiración. De a poco, la rodean, se toman de la mano, forman una ronda, una red cazadora de la que Julieta no puede escapar. Y se ponen a cantar:

Julieta es una fea.

Fea, fea, fea...

Y se ríen. Y vuelven a cantar. Una guachita a espaldas de Julieta se desprende de la ronda y la sorprende con un empujón. Su cuerpo cae de golpe. Hace un ruido seco, firme y pesado. Su cuerpo se queda ahí, boca abajo, inmóvil. Con la cara pegada a la tierra de la calle.

Las guachitas ven que no se mueve. Paran las burlas, hacen silencio y salen corriendo asustadas como cucarachas. Si fuera por mí las pisaría de a una.

Mi amiga tirada en la esquina de una calle de tierra. El cielo celeste sin una nube la ilumina. Ella es su estrella principal: hermosa, con el pelo lacio atado con una colita a un costado, boca abajo, inmóvil. Es hermosa cuando hace que se muere. Le creería si no fuera porque a veces jugamos a morirnos juntas, tomadas de la mano, como mueren las amigas. Le soplo al oído que se fueron. Y con una sonrisa, revive.


Invisible

Julieta cierra los ojos. No los quiere ver. Yo tampoco los quiero ver. ¿Quién los querría ver? Si ni entre ellos se quieren ver. Por más que vivan todos juntos, Julieta, la mamá, el tío, la tía y el primo prefieren mirar para otro lado. Por eso, Julieta anda a ciegas por la casa con un cartel de papel colgando del cuello. Tiene escrito: No me hablen. Ellos igual le hablan. Sobre todo, el tío. Le pide cerveza para él y sus amigos. Lo hace a los gritos desde su oficina de remises en el living. La sala de los chistes y el olor feo. Pero Julieta se hace la que no escucha. Sigue de largo por el pasillo. Es ciega, es sorda. Se va con los ojos cerrados. Yo voy al lado, soy la copiloto de su nave. De su mirada. Le soplo al oído por dónde ir para no chocar con nada. Ni nadie.

Julieta se detiene frente a la puerta del cuarto donde duermen el primo y los tíos. Está cerrada. Julieta pega la oreja a la puerta. Se escuchan los dibujos animados. Cierro los ojos con ella, porque con los ojos cerrados se escucha mejor. Julieta se agacha y espía por el cerrojo. Es la única televisión color de la casa. Me deja mirar. Hay un pato negro que tiene una escopeta y un conejo celeste comiendo una zanahoria. Julieta me sopla que el conejo es gris. El pato negro le apunta con la escopeta. El conejo celeste gris sigue comiendo la zanahoria. Nada lo asusta. Es el turno de Julieta que mete el ojo en la cerradura. De pronto, se oye un disparo. Seguro que fue la escopeta. Pego mi oreja a la madera. Solo hay silencio. Hasta que de pronto Julieta se empieza a reír. Una carcajada que no puede contener. Que apenas logra tapar con la mano. Quiero ver. Pero ya es tarde. La puerta se abre. Es el primo con sus cachetes gordos. Detrás de él, el pato negro tiene el pico en la nuca y la cara llena de plumas. El conejo celeste gris sigue con su zanahoria, y dice algo que no llego a escuchar del todo porque el brazo del primo se mete en el medio y le pega un empujón a Julieta en la cabeza. Ella lo habría esquivado, como tantas otras veces, si no fuera porque los dibujos animados son más importantes que el bruto de su primo.

En el único lugar donde no molestan a Julieta es en el dormitorio de la abuela. La única que sí se preocupa por ella. La gorda está sentada en una reposera de tela junto a la ventana, mirando hacia afuera, concentrada. Julieta arrastra una vieja silla de madera y se sienta a su lado. Le acaricia el pelo. La abuela no se inmuta. La voz de la mamá de Julieta recorre los pasillos hasta llegar a su destino.

MAMÁ: Julieta, a comer.

Julieta no contesta.

MAMÁ: Julieta, vamos.

JULIETA: Quiero comer con la abuela.

MAMÁ: No.

JULIETA: Dale.

MAMÁ: Dejá a la abuela tranquila que le gusta comer sola.

JULIETA: En el corte voy.

Desde ahí, por la ventana, las dos ven una telenovela turca que pasan en la televisión del vecino. La abuela no habla ni en las propagandas. Pero algo pasa dentro de ella. Se ve que traga saliva, que respira, que espera la vuelta de la telenovela. De pronto, el turco de la telenovela regresa. Sostiene un cigarrillo en la boca. Abre una puerta y la cierra enojado. De entre sus labios se escapa una suave ola de humo blanco y gris que deshace en sus ojos y bigotes intensamente negros. En el cuarto al que entra lo espera la turca. Ella estaba llorando en la cama. Cuando lo ve, le tira el teléfono que impacta contra la pared. El turco y la abuela lo esquivan al mismo tiempo moviendo la cabeza con el mismo reflejo. Ella le tira una cachetada, el turco la detiene en el aire y le encaja un beso. Ella lo empuja y el turco la vuelve a besar. Esta vez, sus bocas se agrandan, ocupan toda la pantalla con las caras apretadas. Caen abrazados en la cama.



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